El sentido común nos dice que no. Estamos habituados a pensar que es
la única forma de ganarse la vida, y ponemos todas nuestras energías en
conseguirlo. Lo relacionamos con la seguridad, la comida, el acceso a la
salud y la educación, incluso con la aceptación de los demás y la
inclusión en la vida social.
Sin embargo, la crisis del modelo basado en el dinero, y la exclusión
de cada vez mayor cantidad de personas de su circuito, va dibujando
modelos de vida alternativos. ¿Una utopía o un camino posible?
De la herramienta al bien esencial
El dinero nació como una herramienta para regular los intercambios
entre los productores, en una economía donde los bienes tangibles eran
lo más apreciado. Pero con la sociedad financiera, se convirtió en el
bien por excelencia, en la materia prima de casi todos los procesos
productivos. Quienes controlan el dinero, los bancos, no producen ningún
bien tangible. Pero se han adueñado de casi todas las esferas de la
vida económica, directa o indirectamente.
Los productores, los ciudadanos corrientes, estamos a merced de
quienes detentan el poder monopólico sobre la producción y circulación
del dinero: los gobiernos, que acuñan la moneda, y los bancos, que lo
multiplican ficticiamente en asientos bancarios. El dinero se ha
convertido en casi la única forma de reserva para los ciudadanos, pero
es cada vez más insegura con el auge de las corridas bancarias, las
devaluaciones y otras catástrofes financieras que los dueños del dinero
manejan a su antojo.
El dinero ha invadido todas las relaciones sociales, envenenando la
mayoría de ellas. El carácter monetario-comercial de casi todas las
relaciones erosiona la confianza en nosotros mismos y en el prójimo, y lastima nuestro íntimo deseo de ser amados sin condiciones.
Hoy en día, casi todo se hace por dinero. En las ciudades modernas,
hasta el agua y el sexo se obtienen a cambio de dinero. Actividades que
antaño tenían un código basado en vínculos solidarios, como la educación
y la salud, se han convertido a la lógica monetaria. Ya no somos
alumnos de nuestros maestros, o pacientes de nuestros médicos: ahora
somos sus clientes.
El dinero nos esclaviza y nos enferma. Habituados a relacionarlo con
nuestro bienestar, y hacemos del dinero nuestro principal objetivo. Como
todo proceso adictivo y tóxico, la escalera de la
satisfacción monetaria no tiene fin: conseguida una casa, nos planteamos
otra más grande. Y así en todos los órdenes. Nos encadenamos a un
empleo, una carrera o un negocio. La vida se nos pasa mientras estamos
ocupados obteniendo dinero.
¿Podría ser de otra manera? ¿Hay alternativas?
“Cómo vivir (casi) sin dinero”
Un modelo de vida “no monetario” no implica abrazar una vida de pobreza, sin comodidades ni acceso a bienes,
sino simplemente abandonar la creencia de que el dinero es la única vía
para conseguirlos, o la única forma de relación posible entre
productores.
Aparte de los esfuerzos de pensadores y movimientos por crear un
modelo de sociedad no monetaria (ver abajo), hay casos de personas y
familias que se deshacen de la telaraña de las relaciones monetarias
para desarrollar una existencia en mayor libertad.