domingo, 25 de noviembre de 2012

vivir con poco dinero

¿Es posible vivir sin dinero? 

El sentido común nos dice que no. Estamos habituados a pensar que es la única forma de ganarse la vida, y ponemos todas nuestras energías en conseguirlo. Lo relacionamos con la seguridad, la comida, el acceso a la salud y la educación, incluso con la aceptación de los demás y la inclusión en la vida social.

Sin embargo, la crisis del modelo basado en el dinero, y la exclusión de cada vez mayor cantidad de personas de su circuito, va dibujando modelos de vida alternativos. ¿Una utopía o un camino posible?

De la herramienta al bien esencial

El dinero nació como una herramienta para regular los intercambios entre los productores, en una economía donde los bienes tangibles eran lo más apreciado. Pero con la sociedad financiera, se convirtió en el bien por excelencia, en la materia prima de casi todos los procesos productivos. Quienes controlan el dinero, los bancos, no producen ningún bien tangible. Pero se han adueñado de casi todas las esferas de la vida económica, directa o indirectamente.

Los productores, los ciudadanos corrientes, estamos a merced de quienes detentan el poder monopólico sobre la producción y circulación del dinero: los gobiernos, que acuñan la moneda, y los bancos, que lo multiplican ficticiamente en asientos bancarios. El dinero se ha convertido en casi la única forma de reserva para los ciudadanos, pero es cada vez más insegura con el auge de las corridas bancarias, las devaluaciones y otras catástrofes financieras que los dueños del dinero manejan a su antojo.

El dinero ha invadido todas las relaciones sociales, envenenando la mayoría de ellas. El carácter monetario-comercial de casi todas las relaciones erosiona la confianza en nosotros mismos y en el prójimo, y lastima nuestro íntimo deseo de ser amados sin condiciones. Hoy en día, casi todo se hace por dinero. En las ciudades modernas, hasta el agua y el sexo se obtienen a cambio de dinero. Actividades que antaño tenían un código basado en vínculos solidarios, como la educación y la salud, se han convertido a la lógica monetaria. Ya no somos alumnos de nuestros maestros, o pacientes de nuestros médicos: ahora somos sus clientes.

El dinero nos esclaviza y nos enferma. Habituados a relacionarlo con nuestro bienestar, y hacemos del dinero nuestro principal objetivo. Como todo proceso adictivo y tóxico, la escalera de la satisfacción monetaria no tiene fin: conseguida una casa, nos planteamos otra más grande. Y así en todos los órdenes. Nos encadenamos a un empleo, una carrera o un negocio. La vida se nos pasa mientras estamos ocupados obteniendo dinero.

¿Podría ser de otra manera? ¿Hay alternativas?

“Cómo vivir (casi) sin dinero”

Un modelo de vida “no monetario” no implica abrazar una vida de pobreza, sin comodidades ni acceso a bienes, sino simplemente abandonar la creencia de que el dinero es la única vía para conseguirlos, o la única forma de relación posible entre productores.

Aparte de los esfuerzos de pensadores y movimientos por crear un modelo de sociedad no monetaria (ver abajo), hay casos de personas y familias que se deshacen de la telaraña de las relaciones monetarias para desarrollar una existencia en mayor libertad.


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